martes, 15 de septiembre de 2015

Primer Noche

EL NIÑO MÁS TURBADO DEL MUNDO
(I)
(o de cómo tus días se vuelven una aguja en un pajar)



"Por todas las irrupciones y erupciones, ¿acaso nunca lograremos huir de la escuela?"
Ferdydurke, W.G.




*

El niño no pudo dormir.

Pasó largas horas en divagaciones de paseo circular, semi-perdido y sin asumirlo, por bosques embrujados internos.

Tocó el pico de tristeza a eso de las 3 de la mañana, cuando llegó a la conclusión, con los ojos cerrados, el colchón convertido en cama de hojas secas, de que nada puede estar embrujado si uno está solo. Lejos de ser un consuelo, la chance de que el bosque finalmente no estuviese poseído por el espíritu vengativo de una Bruja, de la bruja más mala, de la come-niños, lo llenó de un abrumador pesimismo, algo referido a estar defraudado, el “modo defraudado” que tiene que ver no con las expectativas conscientes sino con las inconscientes. Así de defraudado. Y se sintió miserable y supo que ese no sería su fin, que no moriría esa noche en su habitación, que no se lo llevarían los monstruos, que era su propio miedo al miedo el que lo mantenía insomne, tan eléctrico y débil.

Supo que la batalla era real, sí, pero que el otro mundo, la posibilidad de otra posibilidad real, no lo era, o se alejaba. Se preguntó si vivir se mira caminando o si es la vida la que camina. Se vio viendo que algo se iba. Entendió que lo que veía era un mañana vivo, contenido en un continuo presente. No supo si el punto final era lo próximo o si surgiría el cuadro dentro del cuadro y tanto lo trató de adivinar que le dolió la cabeza,  parpadeó largo y capaz (se dijo) “me morí” o capaz (se dijo) “me dormí”.

Para las 4.03 ya estaba fingiendo que no sabía qué estaba sucediendo en realidad y la pregunta-mentira se hizo espiral hasta el aburrimiento, hasta la alienación de su yo “receptor” y quizás, se dijo, dando cierre al ciclo mental precedente, de pronto sobresaltado, “esto es un sueño en el que estoy despierto”.

Concluyó en que nada había de diferencia entre estar o soñar.

O morir, si se quiere.

Cuando el reloj con motivo infantil de la mesa de luz dio las 4.30, el reflejo del niño que se traslucía en su cristal era el de un niño agotado y sabio por partes iguales. Resultó que al niño, la duda sobre la propia duda le había dado una genuina prueba de existencia y pensó que antes de ser cualquier cosa, uno, en primera instancia, es evidencia, porque lo que importa es cómo te lean, cómo te completen, qué signifiques para otros. Así fue que el niño descubrió que hay una única cosa más importante que la duda propia: la duda ajena.

Dejó de sentirse triste. Hasta las 6 estuvo muy tranquilo, como si estar sin poder dormir no lo acongojara, planeando en intermitencias por autopistas líquidas de madera o de nubes, percatándose, con solemnidad, de cada movimiento de luz, siguiendo el rastro a las sombras, tan lentas y tan inevitables, en un estado de deslumbramiento puro, deslumbramiento del que ya no puede confiar en su deslumbramiento, deslumbramiento del que se sabe ilusión, deslumbramiento estúpido.

Después, un poco antes del amanecer, sintió que estar bien sólo tiene un contrapunto de equilibrio anímico: estar susceptible. Y fue apenas sentirlo para que el casi quedarse dormido, el casi entender algo, el posible sueño, la posible muerte, se codificara en un violento y rotundo escalofrío y de pronto todo desapareció de sus facciones y la madurez que lo había maquillado se evaporó y algo en su forma de apretar los labios perdió dramatismo y se inflaron sus cachetes y volvió a creer de pronto en la Bruja, de pronto hasta se sorprendió pensando que la Bruja le resultaba atractiva, la Bruja no iba a dejar de estar ahí, matando niños, sólo porque él quisiese o no, y fue sentirlo y el despertador le rompió los tímpanos y el sol le quemó las pupilas y, veloz, el agua en el rostro se llevó lo mejor de él, para dejarle la chance más pura, esta vez en carne viva, carne que se contraía, acalorada, ante los sabores de esa noche que se extinguía y que rápido la memoria selectiva se encargaba de patear lejos.

El día que el niño no pudo dormir descubrió que estar despierto es una mentira tras otra.
O una especie de embrujo, se dijo a media mañana, la mañana que siguió a la noche sin dormir, mientras observaba abstraído a la maestra, al tiempo que sus compañeros intercambiaban en secreto almanaques de señoritas desnudas, robados de la peluquería del barrio, donde rostros jóvenes, un futuro, prometían futuras noches de no pegar un ojo, eso que ya le había pasado aún antes de que pudiera entenderlo.

Estar enamorado pero seguir siendo un animal.

-A ver quién se anima a decir qué quiso decir el autor con esto sobre la inocencia perdida…


Y qué feo ser para la Bruja sólo un niño más.


*

Fin de la parte primera

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